Hay tantas cosas que quisiera decirte, madre mía. Tanto qué agradecerte. ¿Por dónde empezaré? Desde que me llevaste en tu vientre fuiste la persona que más me ha amado. La manera en que acariciabas tu panza suavemente, sabiéndome ahí dentro. Los dolores de parto para que, pese a todas las dificultades, yo estuviera aquí, en este mundo. La verdad no sé por cuál de las cosas que has hecho por mí agradecerte más, porque sé que todo lo has hecho con el mismo amor que siempre me has tenido.
Realmente nunca me pregunté si yo estaba dentro de tus planes de vida o no, porque para mí lo importante siempre ha sido el amor que me has demostrado.
Me acuerdo bien de cómo cada día te levantabas temprano para ir a trabajar, no sólo para alimentarme sino para darme la vida que tú nunca pudiste tener. Aún ahora que ya soy un hombre no dejas de preocuparte por mí, siempre estás al pendiente de cómo estoy, de si ya comí, de cómo sigo de salud. Y sé que así será hasta el final de tus días: nunca dejarás de procurarme.
Hay veces que me siento abatido por los problemas de mi vivir y, justo cuando estoy a punto de abandonarlo todo, te encuentro a ti como un sol que ilumina mis noches más negras, y entonces vuelve la calma. Siempre tienes el mejor consejo para mí, y con tan sólo decirme “verás que todo saldrá bien” me invade una profunda tranquilidad.
No hay mañana en la que no vea una sonrisa dibujada en tu rostro para mí. Cálida como siempre, me das los buenos días y me inundas con tu paz interior, esa paz que borra hasta la ansiedad más desgarradora. Te agradezco por haber sido madre y padre a la vez, y tu incansable lucha por sacarme adelante sin importar la adversidad, apoyándote sólo en esa gran fortaleza que Dios te dio.
No encuentro las palabras adecuadas para decirte lo importante que eres para mí, y no creo que ni el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española tenga los suficientes adjetivos para describir a la excelente madre que has sido para mí. Sólo atino a decir que eres maravillosa, perfecta, sublime, sencillamente divina.
Si tuviera que pagarte todo lo que has hecho por mí, no me alcanzaría una sola vida. No sólo has sido mi madre, sino mi psicóloga, mi consejera, mi médico, mi enfermera y mi cocinera. No entiendo cómo es que encontrabas tiempo para ti misma si todo me lo dedicabas a mí. No puedo más que agradecerte por toda esa preocupación y todo ese cariño que sé que son incondicionales y que nunca me abandonan. Sé que en nadie encontraré más comprensión que en ti. Gracias por tus luchas, por tus desveladas cuando estuve enfermo o todas esas ocasiones en que tuviste que ayudarme con tareas escolares de último momento. Gracias por darme la bendición cada que salía de viaje. Gracias, a final de cuentas, por hacer de mí un hombre de bien.
Porque ese hijo que cargaste en tu vientre está muy orgulloso de ti y daría hasta su vida por verte feliz.
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