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Mi sobrino, el hijo que siempre querré y nunca tendré


“Me enseñó a creer y a no llorar por nadie, porque el amor más sincero lo tenía con él”.

A los 11 años supe que mi hermana de tan solo 19 esperaba un bebé. En un comienzo, sentí celos porque ya no sería la más pequeña de la casa, pero conforme crecía su panza, con ella crecía mi curiosidad por saber a quién se parecería o cómo sería.

Después de un largo tiempo de intriga el día llegó. Mientras esperaba afuera de la sala de parto, comencé a escuchar el llanto de un niño. Sentí una emoción inexplicable, pero muy gratificante. Cuando lo vi ya aseado en su cuna, fue mucho mejor de todo lo que había imaginado hasta ese minuto. Él dormía y yo no podía contener mis ganas de abrazarlo y besarlo. Fue una sensación única que recuerdo hasta hoy.


El tiempo comenzó a pasar, y mi sobrino a crecer. Yo con 14 años solo quería disfrutar de la vida, conquistar el mundo, salir y conocer. Pero con él me pasaba algo extraño, algo fuera de lo normal para una chica de mi edad. Me transformaba, y todos esos sentimientos y deseos característicos de una típica adolescente desaparecían. Solo quería estar con él, para siempre. Si se caía y lloraba quería llorar con él.Las navidades no tenían más sentido que ver cómo reaccionaría cuando Papá Noel le trajera sus regalos.

A medida que crecía, su carácter ya se empezaba a revelar. Sorpresivamente muy parecido al mío. Comenzaron los cuestionamientos y las preguntas: ¿De dónde vienen los bebés? ¿Quién es mi papá?, a lo que yo solo podía contestar como me hubiese gustado lo hicieran conmigo. Cuando la situación era la contraria y él me veía llorar a mí, sin entender nada, su instinto lo llevaba a querer solucionar las cosas con un beso, con un abrazo o juego.


No lo sentía como un sobrino, tampoco como un hijo, era un amor distinto, un amor incondicional que es difícil de explicar. Pero jamás querré a mis hijos de esta manera. Jamás los querré menos, sino que los querré de una manera diferente. ¿Por qué? Porque mi hijo no me vio llorar cuando tenía 3 años, porque no verá mis clásicos errores de típica adolescente, no me verá sufrir por tontos amoríos de quinceañera, ni podrá consolarme con besos o chucherías. Él no me verá frágil como ahora. No porque no lo sea, sino porque es natural mirar a tu madre como alguien fuerte. Él verá a una mujer madura que solo tratará de guiarlo por el mejor camino para evitar que cometa los mismos errores que ella.

Mi sobrino vivió mis errores conmigo y a su manera me trató de ayudar. Junto a él iba aprendiendo a ser más paciente, a volver a estudiar esas lecciones de primaria que no disfrute de la misma manera que con él. A ser un mejor ejemplo, porque sin duda alguna los niños son los mejores imitadores, su futuro es tu reflejo. Me enseñó a creer, a imaginar que una simple silla con ruedas podía ser un avión y a no llorar por nadie porque el amor más sincero lo tenía con él.



Lo quiero como a un hijo, y lo cuido como tal, pero lo trato como a un hermano y esa complicidad nos ha permitido tener la relación que hoy tenemos.

Simplemente, es el mejor regalo que me pudo dar la vida.

A mis hijos los amaré con tal intensidad, pero probablemente el trato sea distinto. En lugar de ser cómplices de aventuras, me preocuparé de disciplinarlos…

¡Gracias sobrino! Eres el hijo que siempre querré y nunca tendré,

Te amo.

Artículo por Francia Briones Salgado